Esta mañana he leído en una de las múltiples redes sociales a una persona preguntando cuánto tiempo dejábamos entre la escritura y la corrección. La pregunta, el intento de responder, me ha llevado a darme cuenta que, en realidad, no hago una sola corrección de mis textos, sino varias y me he dicho: «vamos a escribir sobre ello en el blog».
Soy amanuense, a pluma, lo que quiere decir que cuando
escribo algo lo hago en folios y con cierto caos porque voy añadiendo párrafos
con avisos de una página a otra. Notas en plan «esto va detrás», «esto al otro
capítulo», «cambiar Ana por Sara en esta escena» y cosas así. Mis manuscritos son muy
reveladores de mi forma de pensar y mi estilo de escribir (brújula). Por tanto,
mi primera corrección es cuando cojo todo ese maremágnum y lo ordeno en un
texto continuo y mecanografiado. Es en este momento cuando retoco frases,
cambio estructuras de párrafos y cosas así. Muchas veces vuelvo a escribir
fragmentos enteros. Una auténtica corrección de estilo. Si es un cuento o algo
corto, lo hago al terminar de escribir; si es una novela lo voy haciendo en
paralelo, cuando llevo bastantes capítulos (cuatro o cinco), empiezo a
reescribir los anteriores. Eso me va empujando a continuar la historia y me
permite tener en la cabeza lo anterior mientras avanzo.
Una vez mecanografiado el texto (lo que sería el segundo
manuscrito), lo corrijo tipográficamente. Suelo dejar que pasen algunos días
entre una cosa y otra (más por descansar la cabeza que por separarme del texto)
y para evitar leer la novela corrijo de la última página a la primera, al
revés. Quiero fijarme en las palabras y no en la historia. Lo que busco es
eliminar los errores que me salen automáticos al escribir (los «sólo», los «éste», los
adverbios en «-mente» en exceso y esas cosas). Muchos de estos cambios ya los
hago en automático (buscar y cambiar del procesador), pero aun así leo a la
inversa todo el texto corrigiendo los errores al escribir. Uno de mis problemas
es que escribo muy deprisa al ordenador y si me acelero (en general en las
escenas que me gustan) me como alguna letra. En paralelo a esto también se lo
lee mi lectora cero (vale, mi mujer) y anota las cosas que ve y las añadimos a
esta primera corrección. Ella es muy buena con los «le» y «la» y yo sufro de
madriditis en estos casos (aunque voy mejorando). El paso final de esta segunda
corrección es volver a leerme el manuscrito entero, esta vez al derecho.
Ese es el manuscrito que enseño a algunas personas (lectores
beta), pero, en general, me olvido de él durante semanas (incluso meses). Y
cuando digo, me olvido es que doy el trabajo por terminado. Para mí, la obra está
terminada. Es algo psicológico que me permite pasar al siguiente trabajo.
Sin embargo, aún no he acabado con ella. Llega el día en el
que la imprimo, la encuaderno y me la vuelvo a leer con un bolígrafo en la
mano. Suelo aprovechar algún viaje, algún periodo de vacaciones o puente largo
y cosas así. Me sirve para pulir cosas de estilo y tipográficas que se me hayan pasado. Cambio algunas
cosas y reescribo otras, pero, en general son más detalles semánticos de
ajustar mejor un adjetivo o de corregir el orden de una frase. También añado
las recomendaciones que me hayan dado los lectores beta (en la última ocasión
me tocó cambiarle el nombre a un personaje, Aún sigo llamándole Ana). Con esta
revisión elaboro el documento final que, entre nosotros, nunca es el final,
siempre veo algo que corregir cada vez que lo abro.
Muy interesante. Creo que le gustara a algún autor que conozco.
ResponderEliminarGracias. Me alegro si le viene bien a alguien.
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