13/8/20

Corregir

Esta mañana he leído en una de las múltiples redes sociales a una persona preguntando cuánto tiempo dejábamos entre la escritura y la corrección. La pregunta, el intento de responder, me ha llevado a darme cuenta que, en realidad, no hago una sola corrección de mis textos, sino varias y me he dicho: «vamos a escribir sobre ello en el blog».


Soy amanuense, a pluma, lo que quiere decir que cuando escribo algo lo hago en folios y con cierto caos porque voy añadiendo párrafos con avisos de una página a otra. Notas en plan «esto va detrás», «esto al otro capítulo», «cambiar Ana por Sara en esta escena» y cosas así. Mis manuscritos son muy reveladores de mi forma de pensar y mi estilo de escribir (brújula). Por tanto, mi primera corrección es cuando cojo todo ese maremágnum y lo ordeno en un texto continuo y mecanografiado. Es en este momento cuando retoco frases, cambio estructuras de párrafos y cosas así. Muchas veces vuelvo a escribir fragmentos enteros. Una auténtica corrección de estilo. Si es un cuento o algo corto, lo hago al terminar de escribir; si es una novela lo voy haciendo en paralelo, cuando llevo bastantes capítulos (cuatro o cinco), empiezo a reescribir los anteriores. Eso me va empujando a continuar la historia y me permite tener en la cabeza lo anterior mientras avanzo.

Una vez mecanografiado el texto (lo que sería el segundo manuscrito), lo corrijo tipográficamente. Suelo dejar que pasen algunos días entre una cosa y otra (más por descansar la cabeza que por separarme del texto) y para evitar leer la novela corrijo de la última página a la primera, al revés. Quiero fijarme en las palabras y no en la historia. Lo que busco es eliminar los errores que me salen automáticos al escribir (los «sólo», los «éste», los adverbios en «-mente» en exceso y esas cosas). Muchos de estos cambios ya los hago en automático (buscar y cambiar del procesador), pero aun así leo a la inversa todo el texto corrigiendo los errores al escribir. Uno de mis problemas es que escribo muy deprisa al ordenador y si me acelero (en general en las escenas que me gustan) me como alguna letra. En paralelo a esto también se lo lee mi lectora cero (vale, mi mujer) y anota las cosas que ve y las añadimos a esta primera corrección. Ella es muy buena con los «le» y «la» y yo sufro de madriditis en estos casos (aunque voy mejorando). El paso final de esta segunda corrección es volver a leerme el manuscrito entero, esta vez al derecho.

Ese es el manuscrito que enseño a algunas personas (lectores beta), pero, en general, me olvido de él durante semanas (incluso meses). Y cuando digo, me olvido es que doy el trabajo por terminado. Para mí, la obra está terminada. Es algo psicológico que me permite pasar al siguiente trabajo.

Sin embargo, aún no he acabado con ella. Llega el día en el que la imprimo, la encuaderno y me la vuelvo a leer con un bolígrafo en la mano. Suelo aprovechar algún viaje, algún periodo de vacaciones o puente largo y cosas así. Me sirve para pulir cosas de estilo y tipográficas que se me hayan pasado. Cambio algunas cosas y reescribo otras, pero, en general son más detalles semánticos de ajustar mejor un adjetivo o de corregir el orden de una frase. También añado las recomendaciones que me hayan dado los lectores beta (en la última ocasión me tocó cambiarle el nombre a un personaje, Aún sigo llamándole Ana). Con esta revisión elaboro el documento final que, entre nosotros, nunca es el final, siempre veo algo que corregir cada vez que lo abro.

2 comentarios:

  1. Muy interesante. Creo que le gustara a algún autor que conozco.

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