26/5/15

Histrina 01

El albatros flotaba en el aire mientras esperaba que ella le diera la señal de acceso. Se balanceaba de un lado a otro intentando ponérselo difícil a cualquier libertario con malas ideas y un misil antiaéreo. No parecía probable pues aquella ya era la tercera entrega, la cuarta si contaba la suya, sin incidentes y, por otro lado, las hélices carenadas del fuselaje levantaban tal cantidad de polvo que cubrían toda la plaza.

La sargento Histrina dio la señal y el enorme pájaro se posó con una delicadeza que le era impropia. Segundos después, las partículas en suspensión se dieron por aludidas y la gravedad hizo el resto. No había detenido los rotores, pero gracias a sus mecanismos ya no empujaba el aire hacia abajo. Si el piloto lo necesitaba, podría despegar de nuevo en un instante. La rampa posterior cayó sin precauciones y dos de sus hombres se apresuraron a sacar el contenedor con suministros. Los otros tres, cuatro con ella, seguían vigilando el perímetro.

Sacaron el segundo paquete, que hacía el octavo con los anteriores en el punto Alfa Uno y que completaba la cuenta para el final de la misión; el momento más delicado según las charlas preparatorias. Ella nunca lo había vivido, pero sí se lo había oído a otros veteranos cómo los ciudadanos hambrientos asaltaban los contenedores cuando se descargaba el último. Temían que les robaran la comida o, peor aún, que los vocistas más radicales la volaran por los aires. Despegar con gente asaltando la carga podía volverse una operación delicada; justo la clase de cosas que aparecen en los noticiarios libertarios para vilipendiar a la RFP.


Por ello, cuando aún empujaban el último contenedor a su posición final, ordenó a la unidad que se acercara al albatros. No había movimientos ni en las ventanas ni en los portales de la plaza, pero la estaban observando; lo notaba en el fondo de su cabeza, en el hueco que había entre su pelo cortado al mínimo y el casco de la armadura, un picor que no podía aplacar.

Tras depositar la carga, los dos portadores volvieron al interior e informaron que ya estaban en posición, es decir, junto a la rampa protegiendo la retirada. Vettera, al que llamaban así porque era el único que había estado en la capital y le gustaba presumir de ello, y la novata Dos Micras hicieron lo propio instantes después. Sólo quedaban fuera ella y el Loco, un jodido perturbado que se había ganado el mote al saltar desde 10 metros de altura sin arnés de descenso. Fue en ese momento cuando empezaron los disparos e Histrina, más que sorprendida, se sintió decepcionada. Habían estado allí cinco largos minutos; si querían atacarlos no era el mejor momento.

Devolvió el fuego, seguido después por cuatro armas más y los cañones gemelos del VA01 y del ruido de las hélices al volver a levantar el polvo. Fue retrocediendo, sin abandonar las coberturas, cuando cayó en la cuenta: ¿cuatro armas? Y su instinto le hizo volver la cabeza. Vio a Dos Micras haciendo señas a un joven para que se detuviera. No parecía tener muchos años. Los zapatos le venían grandes, aunque se habían usado mucho. El enrome abrigo tampoco era de su talla y andaba encorvado como si las piernas no fueran capaces de sostenerle. En apariencia, se dirigía a los suministros con los ojos fijos en su contenido e ignoraba los disparos. No, entonces lo vio claro, eran los disparos quienes le ignoraban a él. Gritó mientras intentaba disparar a la amenaza, pero está decidió que aquel era el momento adecuado para correr al interior del albatros arrastrando con él a la infante. El piloto, que debía estar observando la escena, intentó elevar el morro y expulsar así al intruso, pero no tuvo tiempo. Algo estalló en la bodega de carga cuando estaba a pocos metros, pero el aparato, que era una de las cosas más robustas de la infantería móvil, siguió elevándose. Una segunda explosión, unos metros más arriba, despiezó por completo la aeronave.

Llovieron fragmentos de fuselaje, piezas de los motores y restos humanos. Uno de ellos, quizás uno de los patines de descenso, golpeó la cabeza de Histrina. Lucho por resistir, pero no lo consiguió y mientras la oscuridad le abrazaba su analítico cerebro militar se dio cuenta que los disparos habían cesado. Tampoco le sorprendió.

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