Tras saber que iban a editar mi novela de El Destructor de
Mundos entré en una especie de fase apática en la que sabía que quería escribir
y estaba muy ilusionado con la publicación, pero no aparecía ninguna palabra.
En aquella época me dediqué a devorar libros y, sobre todo, blog hablando sobre
la escritura: cómo plantear una trama, cómo estructurar una novela, cómo
escribir, cómo describir, cómo hacer los personajes reales. Algunas cosas eran
buenas, algunas eran mediocres y otras se podían resumir en un sencillo: «págame
y me leo tu libro», pero, en el fondo, ninguna me sacaba del problema, aunque
reconozco que aprendí cosas. La solución vino de una frase, que no recuerdo dónde
leí (lo siento) que de forma aproximada decía: «si quieres escribir, escribe» y
que se podría explicar mejor diciendo: «si realmente quisieras escribir, no
estarías leyendo esto».
Fue una colleja de padre bien dada. Y el caso es que yo ya
lo sabía, pero lo había olvidado. Si realmente quieres escribir, te tienes que
poner delante de la mesa y hacer algo relacionado con la escritura de la
novela, cuento, guión o lo que tengas entre manos. Debes planteártelo como un
trabajo, como un profesional, como algo que es mejor hacer todos los días.
Confieso que mi método de escritura era muy caótico, lo
hacía cuando podía, lo que, dadas mis ocupaciones, no era muchas veces. Siempre
me he descrito como un escritor nocturno, amparado por la noche que sacaba sus
palabras del insomnio. La realidad me había convertido en un trasnochador televidente de series porque era más cómodo ver una historia que
levantarse del sofá e irse a otra habitación a crear una.
Decidí pues cambiar mis prioridades y hacer que la escritura
pasara a ser prioritaria en mis tareas diarias. Intenté mantener la idea
nocturna de mi escritura diciéndome que a partir de las 23:00 horas dejaba
cualquier cosa que estuviera haciendo (aunque fuera abrazar a mi pareja, soy un
tío duro) y me ponía a escribir. Creo que no funcionó ningún día. La razón
principal es que llegaba a esa hora cansado de todo el día haciendo otras cosas,
pero hay una segunda razón que comento como anécdota: si vives al lado de un
río de poco caudal (como es mi caso), nunca escribas de noche sin un
antimosquitos (uno de montaje cuádruple de 20 mm será suficiente).
Asumido el fracaso, decidí cambiar el punto de vista. El
momento en el que era más productivo era por las mañanas. Avanzaba mucho en el
trabajo diario y decidí no buscar un horario para escribir, sino escribir en mi
mejor horario. Escribir era lo que quería hacer y tenía que cambiar las
prioridades. Así nació la rutina. Todas las mañanas, después de curiosear un
poco las noticias, me siento en mi sillón de dominar el mundo y escribo. Me pongo a ello sobre las 9:00 y le dedico entre una
o dos horas dependiendo del día y del ánimo. Escribo, corrijo o releo, pero
siempre algo relacionado con la escritura de la novela. Suelo escribir unas
1000 palabras cada día, aunque no las cuento ya que sería algo difícil dada mi
costumbre de escribir con pluma (de mi manía amanuense hablaré otro día). Lo
que realmente escribo es una escena de la historia o, si es larga, hasta un punto
importante y entonces me detengo, de golpe, hasta el día siguiente.
No he perdido, sin embargo, mi costumbre nocturna. Las
escenas las imagino por la noche, antes de acostarme, mientras estoy en la cama
esperando dormirme. Da igual lo que piense o lo que prepare, cuando me
despierto, me pongo frente al papel y la escena está ahí. Y muchas veces me
sorprendo.
Así he establecido una rutina. Y sabes que está funcionando
cuando llega el día que no puedes hacerlo por algún compromiso y te molesta y
echas de menos esa hora o esas dos horas escribiendo.
Mi recomendación, si quieres leerla, es: si quieres escribir, establece una rutina
de escritura y cúmplela; cuando te quieras dar cuenta, la escritura formará
parte de tu día a día y tus escritos avanzarán casi sin darte cuenta (hoy he empezado el capítulo veinte). Si lo prefieres explicado de otra forma: si quieres escribir,
escribe y no pierdas el tiempo leyendo estas cosas.
En teoría, la teoría y la práctica son iguales. En la práctica, no lo son.
ResponderEliminar;)
Cierto, buena frase. Es otra forma de decirlo: práctica, práctica, práctica :-)
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