Ayer por la noche participé en una tertulia en el podcast de
la Base Secreta (si la quieres escuchar entera)
y comentamos una cosa que creo se cuenta pocas veces. Nos preguntaron si
apreciábamos la parte técnica de los libros que leíamos y yo
respondí que sí, que lamentablemente sí.
Escribir es un oficio, como cualquier arte, y cuando decides
convertirte en escritor acudes a libros, textos, referencias que te ayuden a
comprender los hilos que están detrás de esas cosas que has leído. Es así como
te enteras que existen las escaletas, los narradores heterodiegéticos, los
focos, los ganchos, los puntos de giro, la proporción estructural de la narración
y un sinfín de cosas que, por fortuna, decides no utilizar todas a la vez. Lo
peor no es ese conocimiento, sino que aprendes a distinguir todas esas cosas en
los textos que lees. Dejas de leer un libro para diseccionarlo. Puedes seguir
disfrutando del mismo, incluso cuando sabes que ese anillo que hace desaparecer
gente no se va a convertir en un arma de Chéjov, pero lo disfrutas de forma
diferente; has perdido, en parte, la capacidad de sorprenderte que es parte
intrínseca de la lectura.
Participo en un club de lectura que todos los meses
proponemos un libro y luego quedamos y lo comentamos (destripamos según la
fuente a quién preguntes). El último que leímos «La Canción de Cazarrbos» de Tad
Williams no salió muy bien parado (no os lo recomiendo, salvo que seáis muy
amante de los gatos). En estas reuniones me señalan algunas veces que me fijo
en cosas de los libros que nadie más se fija (no lo dicen como un piropo) y, me
temo, llevan razón. He perdido la capacidad de leer como un lector.
Algo semejante me pasa en mi faceta de editor. Cuando veo un
libro no me fijo en la portada o en la sinopsis de la contracubierta, miro el
papel, el gramaje, la encuadernación, el precio. Cuando voy a una feria del
libro o a una librería curioseo las portadas de las novedades para ver las
tendencias en ese momento (y tomar nota).
Cuando decides convertirte en escritor nadie te dice que
estás sacrificando algo importante, tu alma de lector. No me arrepiento del
sacrificio hecho porque las satisfacciones lo compensan, pero me hubiera
gustado haber conocido las contraindicaciones antes de tomarme la píldora roja.
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