12/9/14

El soldado

Aquella era la primera vez que veía a un veterano de guerra, con ese intenso brillo en los ojos que no parecía mirar a ningún lado. Estaba allí, sentado, en medio de la sala de espera de la terminal de transito de Xeo Tres, con su pelo rapado, su inexistente barba y unas ropas de civil que alguien había olvidado en el fondo de un armario. No descansaba, sus brazos no se apoyaban en ningún sitio, tan solo su espalda, recta, y la puntera de sus pies parecían soportar todo el peso; y este se adivinaba grande con esos brazos y esos muslos que sus dos manos no abarcarían.

Con dos refrescos en la mano que compro por impulso aunque no le agradaban, se acercó al soldado sin tener muy claro qué iba a decirle:

– ¿Me permite invitarle a un ariol? – y le enseñó el vaso de plástico donde las burbujas del líquido transparente aún intentaban liberarse. El centró la vista en el recipiente, luego en los cinco dedos que lo sujetaban, el brazo y el rostro de ella. No pareció sorprenderse de su desnuda y ahuevada cabeza. Sus labios se movieron, quizás fue un gracias o una sonrisa y aceptó la invitación.

Se sentó junto a él y antes de que su presencia le incomodara, volvió a preguntarle:

– ¿Vienes o vas?

– Vuelvo. He estado tres semanas de R&P y debo presentarme en dos días.

En el dataóptico de ella se iluminó la señal de un mensaje de su jefe, pero lo ignoró. El soldado tenía ganas de hablar y ella quería escucharlo. Sentía que, de alguna forma, tenía la misión de escucharle.

– ¿Cómo es? ¿Esos libertarios son tan locos como los retrata la holo?

– No, en realidad no –y de nuevo apareció esa mueca que ahora estaba segura que era una sonrisa.– Sus planetas no son tan distintos a los nuestros y su gente podría caminar en la plaza de la Aguja; y nadie los distinguiría.

– ¿No se enfrentan a vosotros? –preguntó sorprendida mientras ignoraba un nuevo mensaje de su jefe. Consultar la red de datos y mantener una conversación al mismo tiempo era algo que la gente aprendía a hacer desde la infancia. El soldado no se dio cuenta de que lo hacía. Es posible que él estuviera haciendo lo mismo.

– A veces sí y los combates son duros, pero la mayoría de las veces se contentan con mirarnos con hostilidad mientras descargamos los alimentos.

– ¿Y por qué, entonces, esa hostilidad?

– No sabría decirlo. En una ocasión llevamos medicinas a una ciudad donde había estallado una epidemia tifoidea. Cuando volvimos una semana después, el noventa por ciento de la gente había muerto y no habían tocado los paquetes...

– ...Quizás pensaran que estaban envenenados o quizás les amenazaran para que no los cogieran.

Ignoró el aviso de conexión por tercera vez.

– No, no es eso. Si tu familia se está muriendo de fiebre, no dejas de probar una posible solución ni aunque te maten ni aunque te puedas morir. No, es otra cosa, algo más profundo.

– ¿Qué puede ser?

– No nos quieren allí. No han pedido que vayamos y prefieren morir a darnos una excusa para quedarnos.

– Si no estuviéramos allí, morirían millones de hambre. –repitió la propaganda.

– Sí, sin duda, pero ellos lo prefieren así –y como si se diera cuenta de que estaba hablando de más, apuró su bebida y se levantó dispuesto a marcharse.

– Mi nombre es Elhi –dijo ella a modo de despedida.

El dudó y le respondió:

– Bian, soldado Bian.– Era mentira.

Le vio alejarse mientras su dataóptico desplegaba los mensajes ignorados. Eran todos iguales. Su redactor jefe, que se creía superior a causa de los heteroprogenitores de ella, creía que un mismo mensaje enviado varias veces tenía más posibilidades de llegar a su destino. En ellos le preguntaba si había salido ya hacia el Sector Libertad. Le respondió que sí y, de alguna forma, no mintió.